Asociación Cultural Bell Stare

 

                                       

    De este  libro  hemos sacado el texto íntegro sobre la historia de los orígenes de nuestro pueblo.

La Torre de Bell-Stare (Villa-Estar)

La Torre o Castillo de Bell-Stare era una fortaleza militar de la época romana, situado en una estribación de la muela de Punta-blanca, a la derecha del río Turia. Orilla de sus muros corren la senda de las inmigraciones de los fenicios, griegos y romanos que siguiendo el curso del río venían desde Valencia hacia las tierras del interior y cuyas huellas quedaron esculpidas en las inscripciones rupestres de la montaña sagrada de Peñalba.

La torre del homenaje mirando hacia el estrecho y abarcando de frente hasta los picos de Javalambre, como centinela para defender la vega de las incursiones enemigas, era el fuerte avanzado de la Ciudad, de la cual distaba 8 Km. solamente.

Su recinto amurallado, aparte de la fortaleza, según se desprende del cartulario Magno de la Orden de San Juan de Jerusalén, A. H. N., comprendía un grupo de viviendas de servidores del Castillo y de colonos de la vega de escaso vecindario.

Llamábase Bell-Stare, lugar de placer y de bello vivir: Por la fertilidad de su suelo, la amenidad de sus huertos, la abundancia de sus aguas, sus ricos aladares cubiertos de viñedos, y el paisaje placentero y alegre de bosques de abetos y pinares que desde sus almenas se gozaba.

En un comienzo quedaron a la sombra de la fortaleza y balo la autoridad de alcaide cristiano treinta familias de musulmanes para cultivo de las tierras, más habiendo aumentado el número de fieles que se asentaban allí para el trabajo y reparto de la propiedad, antes de los dos años fueron aquéllas expulsadas definitivamente, quedando establecida la línea de conquista en los limites del Estrecho.

En la dulce y placentera torre de Bell-Stare entró Hernando Atienza al ser ganada Teruel, sin que ofreciera su conquista extremadas dificultades, pues los moros, pocos en número y aterrados por la caída de La Capital, comprendieron que era inútil la resistencia.

    En 1179 avanzó la conquista hacía Villel, cayendo en manos de los aragoneses su formidable fortaleza. La población fue entregada en honor al noble Caballero Martín Pérez de Avandro, que algunos hacen natural de la misma Villa. Alfonso Vil otorgó a sus pobladores. señalados privilegios en la Carta-puebla firmada en Daroca en Febrero del siguiente año, según la cual el lugar de Bell­Stare quedaba incorporado al Municipio de VilleI, pasando, por concesión del mismo Rey, a los Caballeros de Monte Gandio, y después a la Orden de los Templarios, Villel y sus aldeas.

Abolida ésta última por el Sumo Pontífice Clemente y en el Concilio de Viena en tiempo del Rey Jaime II, los de Villel se negaron a acatar la decisión del Papa, resistiéndose tenazmente en esta plaza por más de dos años, hasta que abandonados de los Reyes y perseguidos por todas partes, hubieron de rendirse, siendo sus bienes entregados a la Egregia y Soberana Orden Militar de Caballeros de San Juan, en cuyo poder han continuado hasta mediados del siglo XIX.

La Granja de Bell-Stare, con sus treinta vecinos y su castillo romano, fué agregada a la encomienda de Villel, gobernándose en lo espiritual por un capellán de la ermita de Santa Engracia, un Regidor jurado, en lo Civil; en lo militar un Caballero Alcaide de la fortaleza, todos dependientes de la cabecera que era.

El pueblo que en cuestiones de lenguaje suele echar siempre por el atajo, cuando el latín comenzó a convertirse, en el romance de Bell-Stare nació Villa-Estar sin dificultad ni escrúpulo ninguno. El Rey Carlos II, atendiendo a que eran ya 40 las familias, todas regnicolas y descendientes de los primeros pobladores, por Real Cédula de 26 de Septiembre de 1697 la constituyó en municipio independiente con el pomposo título de Real Villa de Villa-Estar, que es su verdadero nombre.

Martin Pérez de Avandro recibió, a cambio de Villel la villa de Funes y Fernando de Atienza el Pago de San Cristóbal y varias caballerías de tierras en el Estrecho y en el término de Valaclo­ché en compensación de la Torre de Bell-Stare.