|
obre
abuelo!", "¡Con lo pito que estaba!",
"¡Sí, nunca se sabe cuando nos va a tocar!".
Vamos, los típicos comentarios que se hacen con el finado de
cuerpo presente.
Allí estaba el abuelo paterno de Arturo, con los algodones en
la nariz, como si se hubiera dejado algo de espuma de afeitar
aquella misma mañana, encastrado en un cajón de la calidad
que él merecía, jalonado por cuatro gruesos cirios y un
ejército de enlutadas plañideras.
Hasta aquí todo normal. Quien más quien menos se queda sin
abuelo una o dos veces en su vida. Lo que ya no le pareció
tan normal al joven Arturo es que su abuelo hubiera elegido el
viernes de las fiestas de agosto para dejar de existir, con el
consiguiente trastorno que aquello iba a ocasionarle. Su madre
ya le había advertido que ni se le ocurriera irse por ahí un
día como aquel. El cadáver tendría que permanecer toda la
noche en casa, ya que no le iban a dar sepultura hasta el día
siguiente.
|
|